Un siglo después de comenzada la Reforma alemana encendió un conflicto en Bohemia la «guerra de los Treinta Años».​ Desde su foco primitivo, que estaba en los Estados hereditarios del emperador, fue extendiéndose cada vez más la guerra, hasta cubrir de llamas Europa entera. El primer chispazo fue eclesiástico, y por todas partes actuaron motivos y oposiciones confesionales, sobre todo en el primer decenio de la gran lucha. Sin embargo, la guerra de los Treinta Años no es una guerra de religión. En su transcurso las cuestiones confesionales fueron pasando a segundo término, pospuestas a los intereses de la política general de los Estados. La lucha del resto de Europa contra la posición preeminente y la política mundial de los Habsburgos fue cada vez más limando las oposiciones confesionales

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  • Un siglo después de comenzada la Reforma alemana encendió un conflicto en Bohemia la «guerra de los Treinta Años».​ Desde su foco primitivo, que estaba en los Estados hereditarios del emperador, fue extendiéndose cada vez más la guerra, hasta cubrir de llamas Europa entera. El primer chispazo fue eclesiástico, y por todas partes actuaron motivos y oposiciones confesionales, sobre todo en el primer decenio de la gran lucha. Sin embargo, la guerra de los Treinta Años no es una guerra de religión. En su transcurso las cuestiones confesionales fueron pasando a segundo término, pospuestas a los intereses de la política general de los Estados. La lucha del resto de Europa contra la posición preeminente y la política mundial de los Habsburgos fue cada vez más limando las oposiciones confesionales o las encauzó a su servicio, como revestimiento ideológico y moral de los intereses profanos. Desde la unión de España y Austria en la monarquía universal de Carlos V estaba en marcha esta lucha. Hasta muy entrada la época de la guerra de los Treinta Años estuvo varias veces próximo a la realización el restablecimiento de un Imperio universal. Pero le eran contrarias todas las fuerzas de la evolución moderna. Desde 1500, aproximadamente, y con muy larga preparación anterior, hallábase en disolución el universalismo medieval en todas las esferas de la vida. Frente al pensamiento medieval de la cristiandad comenzó a formarse un sistema de Estados europeos, que seguían sus propias leyes y que desasían la vida estatal de los vínculos de universalismo medieval, como ocurrió en la esfera cultural con el Renacimiento y en la religiosa con la Reforma alemana. Pero también fue justamente una consecuencia de la Reforma el hecho de que la lucha entre los poderes de los Estados no fuese eliminada, pero sí en creciente medida obscurecida por la lucha entre los partidos extraestatales, confesionales. Pero dada la estrecha relación del imperialismo español con las tendencias católicas contrarreformadoras, hallábase siempre detrás de la lucha entre los partidos confesionales la lucha por la preeminencia universal española. Siglo y medio dominó esta lucha la política de Europa, desde el nacimiento del Imperio universal de Carlos V hasta la paz entre España y Francia en 1659.​ En la época de Carlos V y de la Reforma alemana fue Francia principalmente la que llevó la lucha. Cuando las luchas políticas en la época de la Contrarreforma se mezclaron cada vez más íntimamente con las eclesiásticas y Francia misma pareció dividirse en oposiciones confesionales, fue la potencia protestante de Inglaterra la que asumió la lucha contra España, y la posición universal española recibió el primer golpe; Inglaterra, finalmente, trajo la última decisión al intervenir en las luchas francoespañolas durante la época de Cromwell.​ En la época de la guerra de los Treinta Años lleva Francia nuevamente la lucha contra la potencia española, primero ocultamente, luego claramente; pero no Francia sola, sino una gran coalición europea. Francia representaba entonces la idea del equilibrio europeo, que luego en la época de la política hegemonial francesa, que siguió inmediatamente a la de la prepotencia española, había de revolverse contra Francia misma. La ocasión para su estallido vino de Alemania y durante un decenio los acontecimientos alemanes constituyeron el primer plano de las guerras. Pero desde un principio estaban íntimamente unidos con las oposiciones generales europeas, y poco a poco entraron en la guerra todas las potencias europeas hasta que, por fin, después de la salida del Imperio en el año 1648, prosiguió la lucha en el occidente de Europa, siendo al mismo tiempo arrastrados a ella el nordeste de Europa, y, una vez más, amplias porciones del Imperio alemán. Las guerras terminaron con la victoria de Francia sobre España y con la supremacía política de Francia en toda Europa. Y así se ve que el nombre de guerra de los Treinta Años sólo es exacto para Alemania, que salió de ella en 1648,​ y aun para Alemania lo es sólo exteriormente. La serie de guerras que solemos comprender bajo el nombre de guerra de los Treinta Años no constituye una unidad, sino sólo desde el punto de vista de la lucha contra la política mundial de España Habsburgo, y esta lucha no terminó en 1648, sino en 1659. La historia alemana en este período es más complicada que nunca en el conjunto de la europea. En la época de la guerra de los Treinta Años fue Alemania objeto y víctima de las grandes decisiones europeas y campo de batalla en donde libraban sus combates los ejércitos de las demás potencias europeas. Esta gran guerra europea no fue solamente una lucha por ganar territorios y fuerza política, sino también, al mismo tiempo, por asentar y mantener «principios» políticos de importancia histórica universal. La política mundial española estaba íntimamente unida e impulsada por el espíritu de la Contrarreforma; amenazaba no sólo el poder político del resto de Europa, sino también nuevas fuerzas espirituales que habían ido despertando lentamente. Una victoria de España Habsburgo hubiese podido quizá evitar los siguientes decenios de cruel lucha política; pero Europa lo hubiese comprado con una paz de cementerio. Una victoria de Habsburgo España contradecía todas las fuerzas del futuro en la vida europea.​ Fue decisiva para la derrota de España la actitud de Francia. La Francia católica verificó en su propio interés político el tránsito de la época de política confesional a la lucha puramente política y estatal, junto a las potencias protestantes y contra la preponderancia católica de España; y al hacer ese tránsito, no sin graves contracciones interiores, trajo una nueva época a la política europea. Justamente porque Francia era la única gran potencia europea en donde los intereses del Estado y de la iglesia se contradecían absolutamente, hubo de verificarse en ella la disputa entre la vieja política, vinculada a la razón confesional, y la nueva política, vinculada a la razón de Estado. Y esta nueva política venció claramente merced a la acción enérgica del gran hombre de Estado Richelieu. A la razón de Estado le correspondía el futuro, estando como estaba desde mediados del siglo en creciente preeminencia en toda Europa y en relación con el progreso de la forma moderna absolutista del Estado frente a las fuerzas antiguas de los estamentos feudales. Y así, el período de 1618 a 1660, fue el período de tránsito en el terreno de la vida del Estado y tanto en la política interior como en la exterior, tránsito que decide la victoria de las fuerzas puramente políticas, y tránsito también en la esfera cultural y espiritual. La unidad de la política exterior, que dominaban cualquier otro interés y, en la cual, recayeron definitivas resoluciones. (es)
  • Un siglo después de comenzada la Reforma alemana encendió un conflicto en Bohemia la «guerra de los Treinta Años».​ Desde su foco primitivo, que estaba en los Estados hereditarios del emperador, fue extendiéndose cada vez más la guerra, hasta cubrir de llamas Europa entera. El primer chispazo fue eclesiástico, y por todas partes actuaron motivos y oposiciones confesionales, sobre todo en el primer decenio de la gran lucha. Sin embargo, la guerra de los Treinta Años no es una guerra de religión. En su transcurso las cuestiones confesionales fueron pasando a segundo término, pospuestas a los intereses de la política general de los Estados. La lucha del resto de Europa contra la posición preeminente y la política mundial de los Habsburgos fue cada vez más limando las oposiciones confesionales o las encauzó a su servicio, como revestimiento ideológico y moral de los intereses profanos. Desde la unión de España y Austria en la monarquía universal de Carlos V estaba en marcha esta lucha. Hasta muy entrada la época de la guerra de los Treinta Años estuvo varias veces próximo a la realización el restablecimiento de un Imperio universal. Pero le eran contrarias todas las fuerzas de la evolución moderna. Desde 1500, aproximadamente, y con muy larga preparación anterior, hallábase en disolución el universalismo medieval en todas las esferas de la vida. Frente al pensamiento medieval de la cristiandad comenzó a formarse un sistema de Estados europeos, que seguían sus propias leyes y que desasían la vida estatal de los vínculos de universalismo medieval, como ocurrió en la esfera cultural con el Renacimiento y en la religiosa con la Reforma alemana. Pero también fue justamente una consecuencia de la Reforma el hecho de que la lucha entre los poderes de los Estados no fuese eliminada, pero sí en creciente medida obscurecida por la lucha entre los partidos extraestatales, confesionales. Pero dada la estrecha relación del imperialismo español con las tendencias católicas contrarreformadoras, hallábase siempre detrás de la lucha entre los partidos confesionales la lucha por la preeminencia universal española. Siglo y medio dominó esta lucha la política de Europa, desde el nacimiento del Imperio universal de Carlos V hasta la paz entre España y Francia en 1659.​ En la época de Carlos V y de la Reforma alemana fue Francia principalmente la que llevó la lucha. Cuando las luchas políticas en la época de la Contrarreforma se mezclaron cada vez más íntimamente con las eclesiásticas y Francia misma pareció dividirse en oposiciones confesionales, fue la potencia protestante de Inglaterra la que asumió la lucha contra España, y la posición universal española recibió el primer golpe; Inglaterra, finalmente, trajo la última decisión al intervenir en las luchas francoespañolas durante la época de Cromwell.​ En la época de la guerra de los Treinta Años lleva Francia nuevamente la lucha contra la potencia española, primero ocultamente, luego claramente; pero no Francia sola, sino una gran coalición europea. Francia representaba entonces la idea del equilibrio europeo, que luego en la época de la política hegemonial francesa, que siguió inmediatamente a la de la prepotencia española, había de revolverse contra Francia misma. La ocasión para su estallido vino de Alemania y durante un decenio los acontecimientos alemanes constituyeron el primer plano de las guerras. Pero desde un principio estaban íntimamente unidos con las oposiciones generales europeas, y poco a poco entraron en la guerra todas las potencias europeas hasta que, por fin, después de la salida del Imperio en el año 1648, prosiguió la lucha en el occidente de Europa, siendo al mismo tiempo arrastrados a ella el nordeste de Europa, y, una vez más, amplias porciones del Imperio alemán. Las guerras terminaron con la victoria de Francia sobre España y con la supremacía política de Francia en toda Europa. Y así se ve que el nombre de guerra de los Treinta Años sólo es exacto para Alemania, que salió de ella en 1648,​ y aun para Alemania lo es sólo exteriormente. La serie de guerras que solemos comprender bajo el nombre de guerra de los Treinta Años no constituye una unidad, sino sólo desde el punto de vista de la lucha contra la política mundial de España Habsburgo, y esta lucha no terminó en 1648, sino en 1659. La historia alemana en este período es más complicada que nunca en el conjunto de la europea. En la época de la guerra de los Treinta Años fue Alemania objeto y víctima de las grandes decisiones europeas y campo de batalla en donde libraban sus combates los ejércitos de las demás potencias europeas. Esta gran guerra europea no fue solamente una lucha por ganar territorios y fuerza política, sino también, al mismo tiempo, por asentar y mantener «principios» políticos de importancia histórica universal. La política mundial española estaba íntimamente unida e impulsada por el espíritu de la Contrarreforma; amenazaba no sólo el poder político del resto de Europa, sino también nuevas fuerzas espirituales que habían ido despertando lentamente. Una victoria de España Habsburgo hubiese podido quizá evitar los siguientes decenios de cruel lucha política; pero Europa lo hubiese comprado con una paz de cementerio. Una victoria de Habsburgo España contradecía todas las fuerzas del futuro en la vida europea.​ Fue decisiva para la derrota de España la actitud de Francia. La Francia católica verificó en su propio interés político el tránsito de la época de política confesional a la lucha puramente política y estatal, junto a las potencias protestantes y contra la preponderancia católica de España; y al hacer ese tránsito, no sin graves contracciones interiores, trajo una nueva época a la política europea. Justamente porque Francia era la única gran potencia europea en donde los intereses del Estado y de la iglesia se contradecían absolutamente, hubo de verificarse en ella la disputa entre la vieja política, vinculada a la razón confesional, y la nueva política, vinculada a la razón de Estado. Y esta nueva política venció claramente merced a la acción enérgica del gran hombre de Estado Richelieu. A la razón de Estado le correspondía el futuro, estando como estaba desde mediados del siglo en creciente preeminencia en toda Europa y en relación con el progreso de la forma moderna absolutista del Estado frente a las fuerzas antiguas de los estamentos feudales. Y así, el período de 1618 a 1660, fue el período de tránsito en el terreno de la vida del Estado y tanto en la política interior como en la exterior, tránsito que decide la victoria de las fuerzas puramente políticas, y tránsito también en la esfera cultural y espiritual. 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  • Un siglo después de comenzada la Reforma alemana encendió un conflicto en Bohemia la «guerra de los Treinta Años».​ Desde su foco primitivo, que estaba en los Estados hereditarios del emperador, fue extendiéndose cada vez más la guerra, hasta cubrir de llamas Europa entera. El primer chispazo fue eclesiástico, y por todas partes actuaron motivos y oposiciones confesionales, sobre todo en el primer decenio de la gran lucha. Sin embargo, la guerra de los Treinta Años no es una guerra de religión. En su transcurso las cuestiones confesionales fueron pasando a segundo término, pospuestas a los intereses de la política general de los Estados. La lucha del resto de Europa contra la posición preeminente y la política mundial de los Habsburgos fue cada vez más limando las oposiciones confesionales (es)
  • Un siglo después de comenzada la Reforma alemana encendió un conflicto en Bohemia la «guerra de los Treinta Años».​ Desde su foco primitivo, que estaba en los Estados hereditarios del emperador, fue extendiéndose cada vez más la guerra, hasta cubrir de llamas Europa entera. El primer chispazo fue eclesiástico, y por todas partes actuaron motivos y oposiciones confesionales, sobre todo en el primer decenio de la gran lucha. Sin embargo, la guerra de los Treinta Años no es una guerra de religión. En su transcurso las cuestiones confesionales fueron pasando a segundo término, pospuestas a los intereses de la política general de los Estados. La lucha del resto de Europa contra la posición preeminente y la política mundial de los Habsburgos fue cada vez más limando las oposiciones confesionales (es)
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  • Cuarenta años de Guerra Europea (1618-1660) (es)
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